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Luz de diciembre en los Países Bajos

2 min

Un congreso sobre creatividad en la Universidad de Ámsterdam me dio la excusa, pero la luz de diciembre fue el verdadero motor para ponerla en práctica. Durante esta semana larga he recorrido los Países Bajos no solo como académico, sino como un aspirante a pintor armado con una cámara, persiguiendo esa atmósfera única que definió el Siglo de Oro.

Con cierta ingenuidad, he intentado emular la mirada de los grandes maestros, buscando el detalle de Vermeer o el dramatismo de Rembrandt, para componer mi propio retrato neerlandés; una crónica de nueve días donde la creatividad ha dejado de ser un tema de debate para convertirse en la herramienta con la que capturar canales, ladrillo y cielo.

Ámsterdam

Ámsterdam: un refugio bajo cielos barrocos

Más allá de la inercia turística de bicicletas y canales, de la estampa manida del Barrio Rojo o del recurrente apodo de «Venecia del norte», Ámsterdam se revela como una metrópolis de arquitectura desafiante y carácter profundamente cosmopolita. La he recorrido obsesivamente a todas horas, intentando atrapar su naturaleza cambiante: desde la geometría nítida de los días de sol hasta el misterio de la niebla nocturna.

Sin embargo, es en los atardeceres cuando la ciudad impone su mayor fuerza visual y regala nubes densas y luces doradas, auténticos «cielos barrocos» que parecen recién salidos del taller de un maestro del Siglo de Oro. Al mirar hacia arriba, resulta inevitable sentir que en estas latitudes la naturaleza imita al arte con una fidelidad sobrecogedora.

Esa atmósfera densa, casi protectora, recuerda por qué esta ciudad ha sido históricamente un santuario para los perseguidos, una cualidad que la novela El jilguero, de Donna Tartt, retrata con maestría. Tal como ocurre en la ficción, donde los canales ofrecen un escondite tras la tragedia, mi visita también ha estado guiada por la búsqueda de ese refugio estético, bajo la sombra simbólica de la pequeña tabla de Carel Fabritius que da título a la obra.

La inspiración literaria se funde con la realidad al deambular por estas calles, donde la cámara, al igual que el cuadro del pajarillo encadenado, intenta retener un fragmento de luz eterna e inmóvil en medio de la vorágine urbana.

Reflejos dorados durante la hora azul en Ámsterdam
Reflejos dorados durante la hora azul en Ámsterdam

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Utrecht, Leiden y Gouda: espejos de agua y la memoria del ladrillo

Al alejarse de la vorágine metropolitana, la escala urbana se reduce, gana en cercanía y revela en este trío de ciudades una identidad mucho más recogida. Son enclaves donde el tiempo parece haberse detenido entre muros de tierra cocida, preservando una calma que en otros lugares ya se ha perdido.

El hilo conductor que une estas tres urbes es la omnipresencia del ladrillo oscuro y rojizo, una textura infinita que absorbe la tímida luz invernal con una calidez sorprendente. Aquí, el agua de los canales trasciende su función de tránsito para convertirse en un espejo casi inmóvil; los muelles hundidos de Utrecht dibujan una perspectiva única, mientras que en los trazados señoriales de Leiden las fachadas se duplican en la superficie con una nitidez capaz de confundir realidad y reflejo.

Se respira en ellas una atmósfera de sosiego absoluto, una serenidad que permite escuchar los propios pasos sobre el adoquín húmedo. Lejos de las multitudes, estos escenarios invitan a la pausa y permiten apreciar ese silencio visual que lo inunda todo.

Ya sea bajo la imponente torre de la catedral de Utrecht, entre los callejones circulares de Gouda o frente a las mansiones de Leiden, la sensación se asemeja a transitar por un lugar fuera del tiempo; allí la arquitectura no compite por atención, sino que colabora en una armonía de ocres y grises. Es aquí, en esta escala más humana, donde reside la versión más melancólica y auténtica del invierno en estas latitudes.

Leiden al alba: equilibrio de luz y ladrillo sobre el agua quieta
Leiden al alba: equilibrio de luz y ladrillo sobre el agua quieta
El despertar silencioso de Utrecht y sus reflejos en el canal
El despertar silencioso de Utrecht y sus reflejos en el canal

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La Haya, Róterdam y Maastricht: acero, vidrio y la piedra del sur

El viaje da un giro drástico al llegar a La Haya y Róterdam, donde la narrativa visual del país se rompe y el ladrillo histórico cede su protagonismo a materiales más fríos. Aquí se abandona la escala íntima para abrazar la verticalidad y la vanguardia. Róterdam, con su cicatriz de guerra convertida en lienzo experimental, y La Haya, con su perfil institucional, ofrecen una geometría de acero y vidrio que proyecta una imagen de modernidad rotunda.

Bajo estos perfiles arquitectónicos se percibe también un pulso diferente, marcado por una evidente pujanza comercial. Al recorrer sus galerías acristaladas y zonas de compras, se respira un nivel de vida elevado y dinámico. El brillo de los escaparates y el ajetreo urbano aportan un carácter mundano y sofisticado que complementa perfectamente la audacia de sus edificios.

El punto final, casi como una frontera física y mental, lo pone Maastricht en el extremo sur. Al llegar allí, la atmósfera cambia de nuevo y se desprende de la identidad holandesa para abrazar un aire casi continental, más antiguo y católico. El paisaje se ondula ligeramente y la arquitectura cambia de piel: el ladrillo rojo desaparece y da paso a la piedra caliza y arenisca.

Ese cambio de material otorga a las calles una luminosidad pálida, más suave. Es una ciudad que respira una atmósfera singular, con plazas que invitan a una vida social vibrante, y que pone el broche final al recorrido con la sensación de haber cruzado un umbral invisible hacia otra Europa sin cruzar frontera alguna.

El perfil de Maastricht reflejado en el río Mosa
El perfil de Maastricht reflejado en el río Mosa

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