Dicen que descubrir Marruecos es descubrir su luz. Esa luz que inspiró a artistas como Matisse, cautivado por los azules intensos de Tánger. Una luz que, según cuentan, le llena a uno de energía. Y la verdad es que, después de este viaje, bañado por esa luz especial, no puedo estar más de acuerdo.
Tras un año ajetreado, entre proyectos profesionales y alguna que otra escapada improvisada, dos compañeras de fatigas y yo decidimos que era hora de desconectar y celebrar nuestros logros. Y así fue como pusimos rumbo a Marruecos, un país que prometía una mezcla fascinante de cultura, paisajes desérticos y bullicio urbano: desde las laberínticas calles de Fez hasta las inmensas dunas de Merzouga.
Perderse en el laberinto de Fez
Nuestra aventura comenzó en Fez, que nos envolvió con su encanto ancestral. Recorrer la medina fue como retroceder en el tiempo. Entre risas y algún que otro despiste (inevitable en ese laberinto de callejuelas), nos dejamos llevar por el ritmo de los zocos, donde quedamos fascinados por la artesanía local en Talaa Kebira y Talaa Sghira.
Paramos, cómo no, a tomar un té de menta, y visitamos la Universidad de Al Qaraouine, la más antigua del mundo, y la madrasa de Bou Inania, que nos recordaron la importancia de esta ciudad como crisol de conocimiento.
Hacia las puertas del desierto
De ahí, pusimos rumbo a Midelt, nuestra puerta de entrada al desierto. En Ifrán y Azrú, el paisaje cambió radicalmente y nos encontramos rodeados de montañas y bosques de cedros, donde incluso nos cruzamos con algunos macacos. La naturaleza aquí es salvaje y exuberante, en contraste con la aridez que nos esperaba más adelante.
Después, tras cruzar el Alto Atlas, frontera entre el verdor del norte y la aridez del sur, recorrimos el valle del Ziz. Allí, un extenso oasis serpentea entre las montañas durante kilómetros y crea un paisaje salpicado de ksours, casbas y palmerales en una sucesión de contrastes que nos preparó para la inmensidad del desierto.
Merzouga y la magia de Erg Chebbi
Y entonces, llegamos a Merzouga, que fue como aterrizar en otro planeta. Y tuvimos una suerte increíble: las lluvias del pasado octubre habían llenado el lago Yasmina y las dunas de Erg Znaigui, un fenómeno que no ocurría desde los años setenta. Ver esa sinuosa y caprichosa geografía dibujada por el agua fue una experiencia insólita.
Las dunas doradas de Erg Chebbi fueron el escenario perfecto para vivir una aventura inolvidable. A lomos de dromedarios, nos adentramos en el corazón del desierto y disfrutamos de un atardecer que tiñó el cielo de mil colores. La noche en el campamento bereber fue mágica. Bajo un manto de estrellas, junto a una hoguera, compartimos risas, anécdotas y melodías.
Al día siguiente exploramos el desierto a fondo: recorrimos antiguas pistas del Rally París-Dakar, descubrimos pequeños pueblos bereberes y conocimos el asombroso modo de vida de una familia nómada amazig. La sensación de libertad que se siente en la inmensidad del desierto es indescriptible. Como contrapunto, también visitamos Mifis, una antigua mina abandonada en medio de la nada, un fantasmal recuerdo de la colonización francesa.
El bullicio de Marrakech
Para terminar, Marrakech. La ciudad roja nos recibió con su bullicio característico. Bajo la atenta mirada de la Mezquita Kutubía, la Plaza Jemaa el-Fna es un festival para los sentidos: puestos de comida, cuentacuentos, encantadores de serpientes, amaestradores de macacos... Un caos maravilloso, aunque con la triste nota del maltrato animal.
Y qué decir de los zocos, un laberinto de colores y olores donde los vendedores, como en la plaza, ejercen su particular arte de la persuasión. Digamos que, para disfrutar del juego, hay que ir con la lección aprendida.
En suma, este viaje ha sido más que unas meras vacaciones. Pisar el desierto, un sueño que tenía desde hacía años, ha sido una experiencia transformadora. La inmensidad del paisaje, el silencio y la conexión con la naturaleza me han sumergido en un mar de sensaciones difícil de olvidar.
Marruecos es un destino fascinante, un derroche de color que atrapa. Pero también es un país con una realidad social compleja, con desigualdades y contrastes que chocan con la mirada del viajero. Descubrir su riqueza cultural y la calidez de su gente, sin embargo, me ha mostrado una profundidad cultural que ha superado mis expectativas.