Tras meses inmerso en la vorágine académica —entre exámenes, artículos, ponencias y cursos—, sentía la necesidad de una pausa revitalizante. Y qué mejor escenario para desconectar que en la deslumbrante Costa Azul, donde el Mediterráneo acaricia la orilla con una suavidad que invita al olvido.
Esta escapada, aunque breve, me ha recordado la magia del litoral mediterráneo, tan diverso y cautivador. Ya conocía la belleza singular de la Côte Vermeille y la vibrante costa occitana, pero la Riviera Francesa, con su inconfundible joie de vivre, ejercía una atracción especial que necesitaba explorar. Cuatro días, un suspiro en la inmensidad del tiempo, bastaron para recargar energías y reconectar con esa alegría vital que a veces se diluye en el ajetreo diario.
Tres joyas de la Costa Azul: Niza, Villefranche y Cannes
Niza ha sido la primera pincelada de este lienzo vacacional. Desde el Paseo de los Ingleses, un auténtico balcón al infinito azul, se disfruta de largas caminatas salpicadas por el sonido de las olas y el aroma salino del mar. A pocos pasos, el bullicio del Cours Saleya, con sus puestos rebosantes de flores y productos locales, alegra el espíritu con una energía contagiosa. Y para culminar el día, nada como perderse por las laberínticas callejuelas del Vieux Nice, el casco antiguo, con sus boutiques y restaurantes con encanto.
A pocos kilómetros de Niza, aguarda la joya escondida de Villefranche-sur-Mer. Su pintoresca bahía, rodeada de coloridas casas que se aferran a la ladera, es una visión que permanece grabada en la memoria. El ambiente, tranquilo y relajado, contrasta con el dinamismo de Niza, e invita al visitante a disfrutar de la auténtica esencia mediterránea. Para saborearla plenamente, nada como un café en el muelle (Quai de l'Amiral Courbet), contemplando la serenidad del mar.
Siguiendo por la costa, la encantadora Antibes cautiva con su vibrante mercado provenzal, el imponente Fort Carré y el pintoresco puerto deportivo repleto de yates. Pasear por sus murallas ofrece vistas inmejorables al Mediterráneo.
De Antibes a Cannes, el ambiente cambia por completo. El glamour se palpa en el aire, especialmente al pasear por La Croisette, imaginando el desfile de estrellas durante el festival de cine. El puerto, con sus yates imponentes, recuerda la opulencia que caracteriza a esta ciudad. Pero Cannes no es solo brillo y lentejuelas; también ofrece rincones de tranquilidad, como las islas de Lérins, un pequeño paraíso accesible mediante un corto trayecto en ferri.
Menton, Montecarlo y la magia del Mediterráneo
Tras el bullicio de Niza y la sofisticación de Cannes, Menton ofrece otra perspectiva de la Costa Azul, un remanso de paz y serenidad. Desde su faro, las vistas de esta localidad costera, con sus casas apiñadas contra las colinas, son sencillamente espectaculares, especialmente bajo la luz dorada del amanecer. Un lugar perfecto para contemplar la belleza serena del Mediterráneo y dejarse llevar por la tranquilidad del momento.
El opulento Mónaco, el segundo estado independiente más pequeño del mundo, deslumbra con su elegancia y sofisticación. El Casino de Montecarlo, joya de la arquitectura belle époque, transporta al visitante a otra época. Esta atmósfera singular se refuerza con otros lujosos establecimientos de juego que salpican el principado. La bahía, un despliegue de imponentes yates que compiten en tamaño y esplendor, es un espectáculo fascinante. Para culminar la visita, la impresionante panorámica desde el Palacio del Príncipe, residencia de la familia Grimaldi, ofrece una perspectiva única de Mónaco y la Costa Azul.
Un salto a Italia: la vecina Ventimiglia
La cercanía de Italia era una invitación irresistible. Así, una visita improvisada a Ventimiglia, encantadora localidad italiana a tiro de piedra de Menton, se ha convertido en el colofón perfecto. El laberinto de callejuelas del casco antiguo invita a perderse, admirando la singular arquitectura de las casas, amontonadas unas sobre otras como si buscaran cobijo del sol. Un almuerzo italiano, con pasta fresca, permite saborear la auténtica gastronomía de la región.
Esta pequeña incursión en la región de Liguria añade un sabor especial a cualquier viaje por la Costa Azul. Es un recordatorio de que las mejores experiencias a menudo surgen de la improvisación, de dejarse llevar por la curiosidad y atreverse a explorar lo que se encuentra más allá de lo planeado. A veces, solo necesitamos un toque de azul para recordarlo.