Lo que comenzó como un viaje a Göttingen para participar en un congreso se ha convertido en un inesperado romance con la Baja Sajonia. Nueve días de junio, a las puertas de un verano que se anunciaba radiante, me han sumergido en una atmósfera embriagadora.
Como un amor de verano, esta región me ha cautivado con la intensidad de sus largos días luminosos, con la promesa de una alegría efervescente en cada rincón. El buen tiempo, una caricia constante, invitaba a disfrutar del aire libre, a dejarse llevar por esa energía especial que solo se respira en Alemania cuando el sol se niega a marcharse: terrazas llenas de vida, risas que se entremezclan con el murmullo de las conversaciones, el tintineo de las copas... En suma, una atmósfera festiva y contagiosa que se apodera de los sentidos.
En ese ambiente mágico, he explorado una región que despliega escenarios dignos de la gran pantalla: ciudades impregnadas de historia, arquitectura imponente y un entorno único que me ha transportado a través del tiempo y me ha dejado una huella imborrable, como la de esos amores estivales que se recuerdan con nostalgia cuando el frío regresa.
Bajo el sol de junio
En la académica Göttingen, cuyas calles aún resuenan con el eco de mentes brillantes como las de Max Born y J. Robert Oppenheimer, comenzó este fascinante recorrido por la Baja Sajonia, un viaje a través del tiempo y la belleza. Desde este epicentro del saber, el camino continúa hacia Hildesheim, reconstruida con mimo tras la devastación de la guerra, que hoy muestra con orgullo su patrimonio recuperado.
Más al sur, bajo la imponente mirada de las montañas del Harz, Goslar ofrece una inmersión en el glorioso pasado del Sacro Imperio Romano Germánico con la majestuosidad del Palacio Imperial (Kaiserpfalz). La ruta conduce después a Hannover, la capital de la región, donde la serenidad barroca de los Jardines Reales de Herrenhausen contrasta con la imponente modernidad del Nuevo Ayuntamiento, un mirador privilegiado sobre la ciudad.
Desde Hannover, un corto trayecto conduce a Celle. Su casco antiguo intacto, un laberinto de callejuelas empedradas y casas entramadas perfectamente conservadas, evoca las páginas de un cuento de los hermanos Grimm. La vecina Brunswick (Braunschweig), la ciudad del león, presenta otro capítulo de la historia regional, donde la fuerza evocadora del medievo, presente en cada piedra del castillo de Dankwarderode, entabla un inesperado diálogo con la picardía colorida de la alocada Happy Rizzi House.
Siguiendo la estela del encanto histórico, Lüneburg da la bienvenida con el rojo vibrante de los ladrillos de esta antigua ciudad hanseática. Aquí se evoca la época dorada del comercio de la sal, el «oro blanco», fuente de riqueza que la conectaba con Hamburgo y Lübeck en una vasta red comercial. Sentarse en una terraza bañada por el sol de junio, rodeado de esa arquitectura impregnada de historia, permite saborear la vida que aún bulle entre esos muros antiguos.
Pero Baja Sajonia también tiene un rostro decididamente moderno e industrial. Wolfsburg, indisociable de la imponente presencia de la fábrica de Volkswagen, ofrece una estampa sorprendente nada más llegar: el coloso automovilístico se alza al otro lado de un enorme canal, el Mittellandkanal, y es un recordatorio de la otra gran fuerza motriz de la región.
Cada una de estas paradas teje el tapiz diverso de la Baja Sajonia, un contrapunto perfecto entre la vitalidad urbana, el legado histórico y la serenidad de sus paisajes, y conforma el alma polifacética de esta región alemana.