En los viajes por Europa central se suele pasar por alto la capital de Eslovaquia, que queda a la sombra de las mágicas y cercanas Viena, Praga o Budapest. Pero el mismo hecho de que Bratislava sea la capital europea más subestimada es razón suficiente para añadirla a la lista de deseos viajeros y juzgar entonces por uno mismo.
La ciudad está a orillas del Danubio, cerca de la frontera con Austria. Es una capital joven, pero con mucha historia, que se refleja en sus dos caras arquitectónicas: la imperial y barroca, y la marcada por el régimen comunista.
El casco antiguo es pequeño y entrañable, pero también inarmónico, porque fue mutilado salvajemente durante la era soviética por una autovía de cuatro carriles, construida entre la catedral y el barrio judío, que desemboca en un llamativo puente con forma de ovni.
Desde la loma sobre la que se asienta el castillo, con su imponente fachada de color blanco, se puede captar el llamativo contraste entre los tejados de barro del centro histórico y los bloques de cemento de Petržalka, un recuerdo visible del comunismo.
La plaza principal de Bratislava es Hlavné námestie, el corazón de la ciudad y lugar habitual de celebraciones. Acoge la fuente de Maximiliano y es presidida por el antiguo Ayuntamiento. En el mismo núcleo peatonal está la torre de San Miguel, la única puerta que queda de la ciudad.
Otras atracciones son las divertidas estatuas escanciadas por toda la urbe, el edificio del Teatro Nacional Eslovaco, la Catedral de San Martín y la curiosa Iglesia de Santa Isabel, también conocida como la Iglesia Azul.
Bratislava no tiene atracciones tan singulares y espectaculares como las capitales vecinas. Pero eso no importa. Lo que hace especial a esta ciudad es su atmósfera encantadora, que se puede respirar paseando por el casco antiguo o admirando las vistas desde el castillo o a la vera del río.