Durante la Guerra Fría, las repúblicas bálticas quedaron atrapadas y borradas por la Unión Soviética. Estonia, Letonia y Lituania fueron ignoradas hasta que recuperaron su independencia, en 1991, tras la Revolución Cantada. Hoy en día, las capitales bálticas han cambiado tanto que apenas se nota el rastro del antiguo régimen soviético. Las ciudades se han embellecido y han borrado las huellas de su sombrío pasado reciente. Sin embargo, viajar a las repúblicas del Báltico también es un viaje al pasado, pero a uno más lejano. Sus castillos y calles empedradas le llevan a uno a la Edad Media.
Riga
En Los perros de Riga, el escritor Henning Mankell saca al policía sueco Kurt Wallander de su fría región y lo envía a Letonia. En la capital tiene que investigar la muerte de dos letones que llegaron a la costa sueca, paradójicamente, en un bote salvavidas. La novela negra, que ha sido adaptada al cine dos veces, nos enseña la Riga comunista al límite del desmoronamiento soviético. Por eso, cuando visité la ciudad por primera vez, me sentí como si ya la conociera.
Los barrios humildes en las afueras del centro histórico todavía conservan el recuerdo de una época oscura que terminó con la caída del muro de Berlín. A pesar de la renovación urbana, la ciudad no se aleja mucho de la imagen que nos ofrece la literatura.
Los barrios de casas sencillas en la periferia del centro histórico son testigos de una época sombría que duró hasta la caída del muro de Berlín. Pese a la regeneración urbana, pues, no es muy grande la distancia que separa a la ciudad de su proyección literaria.
El mercado central de Riga, el Rīgas Centrāltirgus, es uno de los más grandes de Europa. Ocupa cinco antiguos hangares de zepelines alemanes, donde se venden todo tipo de productos locales de Letonia en 3.000 puestos. Cada hangar tiene una especialidad: carnes, pescados, frutas y verduras, lácteos y miel.
Cerca del mercado se divisa el enorme edificio soviético de la Academia de Ciencias de Letonia, que aún luce los símbolos comunistas de la hoz y el martillo. En el piso 17 hay un mirador sensacional para amantes de las alturas. Otro mirador impresionante es el campanario de la iglesia de San Pedro, que ofrece la mejor vista del casco antiguo de la ciudad.
Uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad es la Casa de los Cabezas Negras, que era un lugar de encuentro y celebración para varias organizaciones públicas. Su aspecto actual es el resultado de muchas reformas y reconstrucciones sobre una casa medieval del siglo XIV.
Tallin
La almibarada capital de Estonia es una de las ciudades amuralladas más seductoras de Europa. Fusiona lo moderno y lo medieval con un encanto destacable. Es una mezcla embriagadora de iglesias con agujas prominentes, rascacielos de cristal, palacios barrocos, restaurantes de primera categoría, casas de madera decadentes y cafés situados en plazas soleadas, todo ello con alguna reminiscencia soviética.
El casco antiguo está repleto de edificios medievales. Nada más cruzar la Puerta de Viru, flanqueada por dos torres del siglo XIV, uno se imagina sumergido en una novela artúrica.
En la colina de Toompea, la parte alta de la zona antigua, se encuentra el sensacional mirador de Patkuli, un balcón perfecto para contemplar el casco medieval de Tallin, con sus torres e iglesias, y el área del puerto. También el mirador de Kohtuotsa brinda una de las mejores vistas de los campanarios de Tallin aflorando por entre los tejados rojizos del casco antiguo.
En contraste con la turística ciudad vieja, el mercado de Balti Jamm ofrece otra cara de Tallin. Frecuentado por los vecinos, sus puestos ofrecen de todo: alimentos, ropa, complementos e incluso antigüedades.
En el parque más grande de Tallin se encuentra el Palacio Kadriorg. Es un edificio bastante modesto, de estilo barroco petrino y de dos plantas, cuyo jardín francés y sus característicos parterres le dan un toque pintoresco.