Es antigua la creencia de que el progreso técnico conduce a un aumento de la productividad, capaz de hacernos disfrutar de una vida más contemplativa y feliz. Sin embargo, aunque la tecnología digital nos ayuda a trabajar más rápido, también nos hace sentir más escasos de tiempo. ¿Cómo es posible? He aquí la trampa digital.
Aunque las herramientas digitales aportan autonomía y flexibilidad, también acentúan las expectativas de comunicación constante e implicación en el trabajo, y aumentan en consecuencia el estrés. La tecnología nos ha convertido, pues, en seres más ocupados que nunca, forzados a hacerlo todo más deprisa. Muchas personas se han acostumbrado y aceptan que han de convivir con este problema.
Si nos sentimos sin tiempo y ajetreados, ¿es por culpa de los dispositivos o quizá por las prioridades que establecemos en nuestra vida? ¿Qué podemos hacer en este contexto de aceleración e hiperproductividad?
Dado que he explorado la relación entre la tecnología y la gestión del tiempo, he tenido ocasión de responder a este interrogante. Lo hago junto a otros expertos (Slavoj Žižek, Byung-Chul Han, Aoife McLoughlin y Celestino González-Fernández), en el artículo de Juan Diego Godoy «La tecnología nos prometió más tiempo libre. ¿Hemos sido engañados?», publicado hoy en El País.

Conviene desterrar la falsa creencia de que las máquinas surgieron para ahorrarnos tiempo.