He huido tres días a Oslo, una ciudad fascinante y acogedora que me ha regalado los mejores paseos. Ha sido una ocasión única para conocer este precioso lugar, que el frío otoño colorea con toda una paleta de tonos cálidos y transforma las calles, los parques y los bosques en verdaderas postales.
Allí he descubierto que la ciudad entera es además un impresionante ejemplo de civismo y de desarrollo sostenible. En efecto, la capital noruega es paradigma del bienestar social, una ciudad moderna, amable y carismática, que roza la perfección.
En Oslo he podido disfrutar también de su riqueza cultural y artística. He visitado el impresionante parque de Vigeland, con sus más de 200 esculturas de bronce y granito, el museo de los barcos vikingos, que conserva tres antiguas embarcaciones de madera, y el museo del Fram, que narra las hazañas de los exploradores polares. También he admirado la arquitectura del ayuntamiento, donde se entrega el premio Nobel de la Paz, y la ópera, un edificio vanguardista que se asemeja a un iceberg.