Desde la antigua inscripción «Conócete a ti mismo» en el templo de Apolo en Delfos, la humanidad ha sido alentada a indagar en su interior para tomar decisiones más acertadas.
En busca de ese autoconocimiento, a lo largo de la historia, nos hemos esforzado por conservar todo tipo de documentos y efectos personales como testimonio de nuestra trayectoria vital. Hoy la tecnología digital permite a muchas personas capturar su actividad cotidiana en un archivo multimedia que luego se puede explotar y compartir.
Muchas personas registran con detalle, en tiempo real, aspectos relevantes de su vida cotidiana y recogen datos que forman una especie de autobiografía digital. A esta práctica de recolectar datos sobre experiencias personales se la llama lifelogging y nos permite aprender sobre cómo vivimos. El espectro de aplicaciones es casi ilimitado:
- autocontrol sanitario: monitoreo de actividades deportivas (pulseras de actividad), horas y calidad del sueño, seguimiento anímico, hábitos de nutrición;
- seguimiento de la ubicación: seguimiento de personas, animales y objetos, geovallado;
- externalización de la memoria humana: apoyo al recuerdo de acontecimientos y experiencias;
- vigilancia y contravigilancia: cámaras de salpicadero (dash cams), cámaras de bicicleta, sousveillance;
- otros usos y aplicaciones: hábitos lectores, gestión del tiempo, análisis de finanzas personales.
Sobre esta tendencia, que nos ayuda a entender cómo vivimos, hablo en un artículo que acabo de publicar en el Anuario ThinkEPI y que la revista Retina ha recogido en un espléndido reportaje.
Con sus móviles o dispositivos integrados en la ropa, muchas personas recogen datos que, reunidos, forman una autobiografía digital completa.