Movido por la curiosidad que me llevó a las sombras de Chernóbil, me he aventurado a explorar Kiev (Kyiv), una de las capitales más enigmáticas de Europa. Antigua pieza clave de la Unión Soviética, hoy se revela como la sorprendente capital de Ucrania. En sus calles, la arquitectura religiosa y los monumentos históricos se erigen como testigos silenciosos de la historia y desafían el paso del tiempo con su presencia inmutable y su belleza eterna.
Mi estancia frente a la Plaza de la Independencia fue agridulce. Este espacio, testigo de la Revolución Naranja y el Euromaidán, simboliza la lucha y el espíritu indomable de Ucrania. La calle Khreshchatyk, que se despliega desde la plaza y fue reconstruida con grandeza neoclásica estalinista tras la Segunda Guerra Mundial, es un homenaje a la resiliencia de la ciudad. Juntos, estos lugares cuentan una historia de belleza y tenacidad frente a la adversidad.
El Cementerio de Báikove, aunque no es un destino turístico convencional, ofrece una perspectiva única sobre las figuras que han moldeado Ucrania, al igual que el Museo de la Gran Guerra Patriótica, que nos recuerda las cicatrices de la guerra, una realidad que, desafortunadamente, Ucrania aún enfrenta.
Conocida como «la ciudad de las cúpulas doradas», Kiev rinde homenaje a su legado bizantino a través de las cúpulas brillantes de sus iglesias ortodoxas. Estas estructuras, rematadas con cruces que alcanzan el cielo, simbolizan la luz divina y la eterna llama de la fe.
Al cruzar el umbral de un templo ortodoxo, uno se sumerge en un reino de espiritualidad, donde la luz se filtra a través de coloridos vitrales y los iconos sagrados adornan cada rincón, ofreciendo consuelo al alma devota.
El Monasterio de las Cuevas se erige como un santuario venerado, un vasto complejo que alberga iglesias, campanarios y un museo, todo entrelazado con las históricas cuevas que le dan nombre. El Monasterio de San Miguel de las Cúpulas Doradas, con su interior bizantino y su fachada barroca ucraniana, y la Catedral de San Vladímir, joya de la arquitectura bizantina rusa, son paradas obligatorias para cualquier viajero.
El Hidroparque, que se extiende sobre dos islas del río Dniéper, ofrece un oasis de recreación con sus playas y actividades acuáticas. En su interior se encuentra Kachalka, el gimnasio al aire libre más grande del mundo. Construido ingeniosamente con chatarra de la era soviética, invita a personas de todas las edades a fortalecer cuerpo y espíritu.
El metro de Kiev es una maravilla en sí mismo, con la estación Arsenalna que, a 105,5 metros bajo tierra, ostenta el título de ser la más profunda del mundo, un vestigio de la era de la Guerra Fría cuando se diseñó como refugio nuclear.
Este viaje a Kiev ha sido una odisea memorable, un encuentro con la historia viva y la cultura floreciente de una de las capitales más fascinantes de Europa.