El otoño, que ha sido cálido y larguísimo, invitaba a disfrutar de un verdadero frío invernal. Y eso hemos hecho: hemos viajado a Ankara a cobijarnos del riguroso frío invernal de la meseta de Anatolia en el calor de la familia.
La capital turca es una animada metrópolis que ha adquirido un aire moderno de sofisticación. Aunque no se puede equiparar a Estambul, salvo por su vibrante vida callejera, cuenta con suficientes atractivos que aseguran grandes dosis de asombro y diversión:
- Pirinç Han, un antiguo caravasar que hoy hospeda anticuarios, cafeterías y talleres de artesanía con una atmósfera muy agradable;
- Samanpazarı, un carismático mercado al aire libre, entre calles empinadas;
- el castillo de Ankara (Ankara Kalesi) y su ciudadela (hisar), bien conservada;
- la mezquita de Hacı Bayram, la más venerada de la ciudad, junto con la de Kocatepe;
- el barrio de Kavaklıdere, epicentro de la vida social angorina, con una oferta inacabable de bares y restaurantes;
- Anıt Kabir, el monumental mausoleo de Mustafa Kemal Atatürk.
Además de redescubrir las incontables delicias gastronómicas turcas, la circunstancia ha brindado la oportunidad de conocer las impresionantes montañas de Ilgaz cubiertas por las nieves invernales, el pueblo costero de Amasra, de mágicos atardeceres, Beypazarı, una interesante localidad minera de plata otomana, y Kızılcahamam, una tranquila ciudad balnearia.